EL ZUMA
Era una familia como todas. Una linda casa, auto, perros y gatos. El padre era el Sr. X., un pequeño comerciante local, casado con la Sra. Y., ama de casa; ambos eran padres de dos hijos adolescentes M. y N.
Llevaban ya cerca de quince años de matrimonio, habían superado todas las crisis hasta ahora conocidas, parecía que el vínculo entre ellos nunca se rompería. Hace algunos años, debido a la crisis política, social y económica del país decidieron irse a vivir a Europa. Remataron sus pertenencias y con lo poco que juntaron se exiliaron en España por un largo tiempo. Luego de varios años las circunstancias en el país mejoraron y fue entonces que decidieron volver. Comenzaron a planear el retorno, pero este regreso implicaba comenzar de nuevo, aun así, resolvieron que tenían que hacerlo. El Sr. X. fue el primero en llegar, con el dinero que habían logrado juntar en España alquiló una hermosa casa, compró muebles, electrodomésticos y fue preparando de a poco el ansiado regreso de su familia. Fue así que en poco tiempo todos estaban de vuelta.
Al comenzar el siguiente año sus hijos continuaron su educacion en un instituo privado. Esto significó un nuevo gasto, esta vez no solo en útiles escolares, uniformes y todo aquello relacionado con la educación, sino también en una moderna computadora. Este detalle no es menor porque tal vez haya sido el motivo del relato.
A medida que transcurrían los meses toda la familia se iba adaptando a su nueva vida. Colocaron la computadora en el living para que todos la pudieran usar, instalaron servicio de Internet y algunos programas educativos, de esa manera no solo estaban informados sino también comunicados con aquellos afectos que habían dejado en España. Hasta ese momento no existía problema alguno para utilizar la computadora pues cada uno de ellos tenía horarios diferentes, el Sr. X. se iba a trabajar muy temprano y regresaba caída la tarde, además no era muy adepto a la informática; el mayor de los hijos iba al colegio en el turno de la mañana, el menor a la tarde y la Sra. Y. se dedicaba a las tareas del hogar y estaba, por lo tanto, casi todo el día en la casa. Esta situación hacia que cada uno tuviera sus propios momentos frente a la máquina.
Una noche en que decidieron ofrecer una cena para sus amigos como hacían habitualmente, uno de ellos, al ver la flamante computadora, les sugirió bajar de Internet un divertido juego, “el Zuma”. Se trataba de un inofensivo y entretenido juego de habilidad en que van apareciendo bolas llenando un laberinto y una simpática ranita disparaba proyectiles de colores tratando de eliminarlas antes de que lleguen hasta el punto final, nada importante. Pero el invitado nunca pensó en las consecuencias que aquella sugerencia podría causar. Esa misma noche instalaron el juego.
A partir de ese momento lo que se mostraba como una vida sin sobresaltos se fue transformando de a poco en un desorden familiar de impensada magnitud. Rápidamente aprendieron a jugar y comenzó así una acelerada carrera para ver quien obtenía mayor puntaje, o para ver quien podía superar los distintos niveles que el juego proponía. La inofensiva ranita que disparaba bolitas de colores se tornó un vicio y jugar, una obsesión.
Todo ese orden familiar que los caracterizaba se quebró y cualquier excusa era buena para no cumplir con sus tareas habituales y los horarios que se habían impuesto. El Sr. X. poco a poco dejo de ir a su trabajo, la Sra. Y. ya no se dedicaba como antes al mantenimiento de la casa, sus hijos empezaron a enfermarse con más frecuencia, no porque fueran susceptibles de contagiarse alguna enfermedad, sino porque les servía de pretexto para no ir al colegio y dedicarse de lleno al Zuma. Progresivamente los hábitos de vida fueron mutando y acarreando consecuencias inesperadas. El pequeño comercio del Sr. X. cada día abría mas tarde y cerraba mas temprano, ya no se quedaba al mediodía como antes sino que cerraba con la excusa de ir a almorzar con su familia, pero ya se sabía que volvía a su casa solo para jugar. El rendimiento del negocio fue mermando. A medida que el tiempo transcurría ya no generaba el dinero suficiente para sostener a los suyos. Los hijos M. y N. se ausentaban con mayor asiduidad al colegio, no sentían la obligación de ir, solo querían superarse en el juego. La Sra. Y., que por estar más tiempo en la casa era quien más niveles del juego alcanzaba y más puntos obtenía, se había olvidado por completo de la limpieza y el orden, y la casa se veía cada vez mas desprolija y desordenada. La armonía se estaba convirtiendo en un desconcierto.
Como los miembros de la familia estaban cada vez mas en la casa, se generaron muchas diferencias, cada cual quería jugar a toda hora y los tiempos de cada uno, que en un principio estaban definidos, ahora quedaban encimados y la convivencia se tornaba difícil. Cuando alguien perdía, enseguida empezaba una lucha entre los demás para ver a quien le tocaba y muchas veces esa lucha acababa en una interminable discusión. El Sr. X., que imponía su autoridad ya no podía hacerlo, pues todos sabían que lo hacía para poder disponer de mas tiempo para jugar. El Zuma se estaba devorando la familia.
Con el transcurrir de los días la situación se fue agravando, las discusiones se suscitaban a diario, los gritos dominaban el ambiente, la casa era un desorden. En tan solo un mes la estabilidad que reinaba en el hogar se desmoronó.
Una noche en que la Sra. Y. llevaba tres horas frente a la pantalla y ya estaba alcanzando el último nivel y el mayor puntaje, el Sr. X., en un arrebato de envidia, decidió cortar la luz con el fin de que no llegara al final del juego; sigilosamente se dirigió hacia la caja que contiene los interruptores térmicos y bajó las llaves. Por un segundo uno de sus hijos lo vió, le avisó a su madre y se desató lo que ya no se podía contener, un caos familiar sin solución. Comenzaron a reñir acaloradamente, el nivel de la discusión fue subiendo de tono hasta que la Sra. Y. agarró un cenicero de cerámica de grandes dimensiones que servía de adorno en la pequeña mesa del living y lo arrojó contra su marido. Éste se dio cuenta de la maniobra y alcanzó a agacharse evitando que le diera de lleno en la cabeza. El cenicero, dejando en su trayectoria en la sucia alfombra todas las colillas acumuladas, fue a dar contra la ventana destrozando los vidrios y cayendo en el patio. La respuesta no tardó en llegar, el Sr. X., desencajado por la agresión, arremetió con furia contra su mujer. Nunca se sabrá con que intención porque al tratar de agarrarla, sus hijos, que intuyeron lo que podría pasar, se interpusieron entre ellos. La Sra. Y. aprovechó el instante y corrió hacia la cocina, tomó un cuchillo que estaba arriba de la mesa y regresó furiosa al living. M. y N., trataron de apaciguar los ánimos, el menor intentando contener la ira de la madre y el mayor empujando a su padre hacia la puerta para que se vaya. El Sr. X., quizás tomando conciencia de la violenta situación y las posibles consecuencias, alcanzó la puerta de calle y salió rápidamente de la casa, recorrió los pocos metros que hay hasta el portón que da a la vereda, lo abrió y se perdió calle abajo. La Sra. Y. se dejó caer en la alfombra y se quedó callada durante un largo rato sin soltar el cuchillo. La casa, sin luz, quedó en silencio, solo se escuchaban los sollozos de sus hijos. Por un momento N. miró de reojo el monitor apagado de la computadora y le pareció adivinar la sonrisa socarrona de la inofensiva ranita, pero solo fue su imaginación.
Aquel acontecimiento precipitó el final de la familia. El Sr. X., aunque aquella noche regresó a su casa, nunca pudo recuperar la armonía familiar, días después se separaron, él se fue a vivir a un pequeño departamento en el centro de la ciudad; la Sra. Y. se quedó en la casa por un tiempo y luego volvió a su ciudad natal junto a M. y N. Si bien ambos hijos se oponían a la mudanza, la decisión estaba tomada. Cuando estaban embalando sus pertenencias se miraron y, sin decir nada pues no hacía falta, decidieron regalar la computadora, no sin antes borrar todos los archivos incluyendo el adictivo juego.
El Sr. X., luego de varios meses de terapia, regresó a su antiguo comercio, tuvo que dedicarle muchas horas para recuperar el capital y el tiempo perdido. Tal vez por un sentimiento de culpa, aceptó la decisión de su ex-esposa y de sus hijos de mudarse a otra ciudad y se comprometió a viajar regularmente para visitarlos.
El Zuma solo desapareció de sus vidas, pero saben que está latente en el espacio virtual esperando ser adoptado por otra ingenua familia.
-Pablo Silva-
Llevaban ya cerca de quince años de matrimonio, habían superado todas las crisis hasta ahora conocidas, parecía que el vínculo entre ellos nunca se rompería. Hace algunos años, debido a la crisis política, social y económica del país decidieron irse a vivir a Europa. Remataron sus pertenencias y con lo poco que juntaron se exiliaron en España por un largo tiempo. Luego de varios años las circunstancias en el país mejoraron y fue entonces que decidieron volver. Comenzaron a planear el retorno, pero este regreso implicaba comenzar de nuevo, aun así, resolvieron que tenían que hacerlo. El Sr. X. fue el primero en llegar, con el dinero que habían logrado juntar en España alquiló una hermosa casa, compró muebles, electrodomésticos y fue preparando de a poco el ansiado regreso de su familia. Fue así que en poco tiempo todos estaban de vuelta.
Al comenzar el siguiente año sus hijos continuaron su educacion en un instituo privado. Esto significó un nuevo gasto, esta vez no solo en útiles escolares, uniformes y todo aquello relacionado con la educación, sino también en una moderna computadora. Este detalle no es menor porque tal vez haya sido el motivo del relato.
A medida que transcurrían los meses toda la familia se iba adaptando a su nueva vida. Colocaron la computadora en el living para que todos la pudieran usar, instalaron servicio de Internet y algunos programas educativos, de esa manera no solo estaban informados sino también comunicados con aquellos afectos que habían dejado en España. Hasta ese momento no existía problema alguno para utilizar la computadora pues cada uno de ellos tenía horarios diferentes, el Sr. X. se iba a trabajar muy temprano y regresaba caída la tarde, además no era muy adepto a la informática; el mayor de los hijos iba al colegio en el turno de la mañana, el menor a la tarde y la Sra. Y. se dedicaba a las tareas del hogar y estaba, por lo tanto, casi todo el día en la casa. Esta situación hacia que cada uno tuviera sus propios momentos frente a la máquina.
Una noche en que decidieron ofrecer una cena para sus amigos como hacían habitualmente, uno de ellos, al ver la flamante computadora, les sugirió bajar de Internet un divertido juego, “el Zuma”. Se trataba de un inofensivo y entretenido juego de habilidad en que van apareciendo bolas llenando un laberinto y una simpática ranita disparaba proyectiles de colores tratando de eliminarlas antes de que lleguen hasta el punto final, nada importante. Pero el invitado nunca pensó en las consecuencias que aquella sugerencia podría causar. Esa misma noche instalaron el juego.
A partir de ese momento lo que se mostraba como una vida sin sobresaltos se fue transformando de a poco en un desorden familiar de impensada magnitud. Rápidamente aprendieron a jugar y comenzó así una acelerada carrera para ver quien obtenía mayor puntaje, o para ver quien podía superar los distintos niveles que el juego proponía. La inofensiva ranita que disparaba bolitas de colores se tornó un vicio y jugar, una obsesión.
Todo ese orden familiar que los caracterizaba se quebró y cualquier excusa era buena para no cumplir con sus tareas habituales y los horarios que se habían impuesto. El Sr. X. poco a poco dejo de ir a su trabajo, la Sra. Y. ya no se dedicaba como antes al mantenimiento de la casa, sus hijos empezaron a enfermarse con más frecuencia, no porque fueran susceptibles de contagiarse alguna enfermedad, sino porque les servía de pretexto para no ir al colegio y dedicarse de lleno al Zuma. Progresivamente los hábitos de vida fueron mutando y acarreando consecuencias inesperadas. El pequeño comercio del Sr. X. cada día abría mas tarde y cerraba mas temprano, ya no se quedaba al mediodía como antes sino que cerraba con la excusa de ir a almorzar con su familia, pero ya se sabía que volvía a su casa solo para jugar. El rendimiento del negocio fue mermando. A medida que el tiempo transcurría ya no generaba el dinero suficiente para sostener a los suyos. Los hijos M. y N. se ausentaban con mayor asiduidad al colegio, no sentían la obligación de ir, solo querían superarse en el juego. La Sra. Y., que por estar más tiempo en la casa era quien más niveles del juego alcanzaba y más puntos obtenía, se había olvidado por completo de la limpieza y el orden, y la casa se veía cada vez mas desprolija y desordenada. La armonía se estaba convirtiendo en un desconcierto.
Como los miembros de la familia estaban cada vez mas en la casa, se generaron muchas diferencias, cada cual quería jugar a toda hora y los tiempos de cada uno, que en un principio estaban definidos, ahora quedaban encimados y la convivencia se tornaba difícil. Cuando alguien perdía, enseguida empezaba una lucha entre los demás para ver a quien le tocaba y muchas veces esa lucha acababa en una interminable discusión. El Sr. X., que imponía su autoridad ya no podía hacerlo, pues todos sabían que lo hacía para poder disponer de mas tiempo para jugar. El Zuma se estaba devorando la familia.
Con el transcurrir de los días la situación se fue agravando, las discusiones se suscitaban a diario, los gritos dominaban el ambiente, la casa era un desorden. En tan solo un mes la estabilidad que reinaba en el hogar se desmoronó.
Una noche en que la Sra. Y. llevaba tres horas frente a la pantalla y ya estaba alcanzando el último nivel y el mayor puntaje, el Sr. X., en un arrebato de envidia, decidió cortar la luz con el fin de que no llegara al final del juego; sigilosamente se dirigió hacia la caja que contiene los interruptores térmicos y bajó las llaves. Por un segundo uno de sus hijos lo vió, le avisó a su madre y se desató lo que ya no se podía contener, un caos familiar sin solución. Comenzaron a reñir acaloradamente, el nivel de la discusión fue subiendo de tono hasta que la Sra. Y. agarró un cenicero de cerámica de grandes dimensiones que servía de adorno en la pequeña mesa del living y lo arrojó contra su marido. Éste se dio cuenta de la maniobra y alcanzó a agacharse evitando que le diera de lleno en la cabeza. El cenicero, dejando en su trayectoria en la sucia alfombra todas las colillas acumuladas, fue a dar contra la ventana destrozando los vidrios y cayendo en el patio. La respuesta no tardó en llegar, el Sr. X., desencajado por la agresión, arremetió con furia contra su mujer. Nunca se sabrá con que intención porque al tratar de agarrarla, sus hijos, que intuyeron lo que podría pasar, se interpusieron entre ellos. La Sra. Y. aprovechó el instante y corrió hacia la cocina, tomó un cuchillo que estaba arriba de la mesa y regresó furiosa al living. M. y N., trataron de apaciguar los ánimos, el menor intentando contener la ira de la madre y el mayor empujando a su padre hacia la puerta para que se vaya. El Sr. X., quizás tomando conciencia de la violenta situación y las posibles consecuencias, alcanzó la puerta de calle y salió rápidamente de la casa, recorrió los pocos metros que hay hasta el portón que da a la vereda, lo abrió y se perdió calle abajo. La Sra. Y. se dejó caer en la alfombra y se quedó callada durante un largo rato sin soltar el cuchillo. La casa, sin luz, quedó en silencio, solo se escuchaban los sollozos de sus hijos. Por un momento N. miró de reojo el monitor apagado de la computadora y le pareció adivinar la sonrisa socarrona de la inofensiva ranita, pero solo fue su imaginación.
Aquel acontecimiento precipitó el final de la familia. El Sr. X., aunque aquella noche regresó a su casa, nunca pudo recuperar la armonía familiar, días después se separaron, él se fue a vivir a un pequeño departamento en el centro de la ciudad; la Sra. Y. se quedó en la casa por un tiempo y luego volvió a su ciudad natal junto a M. y N. Si bien ambos hijos se oponían a la mudanza, la decisión estaba tomada. Cuando estaban embalando sus pertenencias se miraron y, sin decir nada pues no hacía falta, decidieron regalar la computadora, no sin antes borrar todos los archivos incluyendo el adictivo juego.
El Sr. X., luego de varios meses de terapia, regresó a su antiguo comercio, tuvo que dedicarle muchas horas para recuperar el capital y el tiempo perdido. Tal vez por un sentimiento de culpa, aceptó la decisión de su ex-esposa y de sus hijos de mudarse a otra ciudad y se comprometió a viajar regularmente para visitarlos.
El Zuma solo desapareció de sus vidas, pero saben que está latente en el espacio virtual esperando ser adoptado por otra ingenua familia.
-Pablo Silva-
3 comentarios:
Tremendo regreso!!
Impresionante ...
En cuanto vi el nombre del juego pensè en buscarlo..., pero mejor lo olvido...
me recuerda la ouija..
mejor no
mejor no pienso
mejor apago la compu
Jumanji, un poroto !
anonimo
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